martes, 8 de febrero de 2011

LAS CUENTAS DEL MAS CAPITAN

Cualquier gestor que se precie, antes de entrar en la dirección de una empresa pide los balances.
Una vez analizados éstos, decide si puede o no afrontar la dirección de esa empresa.

En la política no pasa eso.
Artur Más se presenta a las elecciones, después las gana, y sólo despues de ganar es cuando analiza los balances de esa empresa llamada "Generalitat".


Y cuando ve el "agujero" de 40.000 millones de euros que ha dejado el Tripartito (PSOE, IU y los de Ezquerra) es cuando se echa las manos a la cabeza y -acto seguido- viene a Madrid a pedir MAS dinero.
Porque nacionalistas serán...pero tontos, no. Y la "pela", es la "pela".

Dicen las malas lenguas que Más le va a hacer a Zapatero una oferta que éste no podrá rechazar:
"Zapa, o aflojas la pasta o te meto una moción de censura, utilizando al pánfilo barbitas del PP, que te desalojo del sillón presidencial".
Nos tememos que, Zapatero, para quién agotar la legislatura es su último reducto de resistencia, aflojará pasta, cinturón (de castidad) y lo que le pidan...

Debo mucho, mucho debo.
Mucha pasta se ha tirado.
Más, ¡pardiez, pagar no puedo!
¡Pardiez!, que pague el Estado

La razón la tengo a huevo:
Medio mundo he conquistado.
¡Con embajadas a dedo
engrandecí yo el Condado!

Así pues, rey Zapatero,
este negocio está claro:
O aflojais más los dineros
u os desbanco del estrado.

Las cuentas del Más Capitán están basadas en un sencillo principio: "Yo malgasto, tú pagas los platos rotos". No hay justicia, no hay equidad, sólo hay la ley del más fuerte o el más listo.

Cosas veredes..Sancho.

Sin embargo, las cuentas del GRAN CAPITAN, Gonzalo Fernández de Córdoba, se basan en otro principio, hoy asaz olvidado: el del ancestral orgullo español.
Cuando el Rey Fernando el Católico le pidió cuentas al Gran Capitán sobre los dineros gastados en la guerra de Italia, ésta fue su respuesta:

Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; 
por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; 
por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; 
por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; 
y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados.

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